Siempre me ha gustado amasar pechos
aunque sea en camas rancias y amarillas.
No ha sido necesario el enamoramiento:
Sólo un atardecer de imágenes sin gloria.
Unos senos untados en mis manos
que destilen en mis sentidos policéfalos.
Nos inculcamos alientos de una noche
y al día siguiente comemos brochetas.
Aventuras y viajes de fin de semana
mientras, en el sena, nos tocamos las nalgas.
Ya los cuerpos derivarán en hartazgo
y cada cuál fraguará otra cita.
Pero en las noches de cielos satinados
Dos pechos calientes me son reconfortantes.
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