El parásito se arrastra en su idolatria:
Son dos ojos y una boca que ambiciona.
Se deleita en sus delitos múltiples
y puede acusar a más de un oficial.
El parásito se hace un nombre diáfano
pero come la cena del culpable.
Es un ser ceñudo que se anuncia
lleno de cuidos y de esparadrapos.
Es un terremoto familiar y un alcahuete
que huye a voluntad de los estrados.
Huye de mazmorras y de ángeles
y cree que la injusticia habrá de redimirlo
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