Mi verdadera amada no sabe de números
ni de las rutilancias de las coperías.
Mi verdadera amada sólo sabe de niños:
De caritas erráticas y barbillas rugosas.
Trabaja con niños cerca de los barbechos
y su perfume es el de madreperla.
Mi verdadera amada cree en carreras fantásticas
y busca las raíces de la panacéa.
Su pelo es palacio de vertientes áureas
y su rubor está a flor de piel y es casi histriónico.
Bailamos en el mismo chisporoteo
cada vez que jugamos a robarnos un beso.
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