No sólo es invisible el viento en las peñas,
ni la tarde en la piel del mediodía, ni el drama de las cimas en la aurora ( en las que golpes de ecos se disipan y el día se asperja entre montañas ) sino tu despertar entre sainetes. Despunta el día y tú ocurres y el tiempo se detiene y te abre paso mientras callan ante ti las reticencias y te convoca el vaho sonmoliento a la vez que te vistes de esa luminicencia con la que andas en el mundo, como númen de aquellos que te intuyeron cuando eran momentos de tibias claridades y caían las corolas desde el cielo
atestiguando que serías y vencerías
con tu volumen de densas epopeyas el arquetipo de mujer que entre mis sienes habría de refundar mis fundamentos y dar en mi cabida a unos reductos donde el amor sembrara su armonía ahogándome en tu acontecer de aguas que, asimilada desde sus raíces me harían perfeccionarme y deslastrarme de unas ansias que me enterraron como a piedra cuando iba yo en caídas y atropellos entre otros cabellos menos claros en una guerra de garras y de dientes de furores que pasaron en tumulto en los que aullaba mi carne en tropelía
conquistando a mujeres que cegaban
el buen juicio que me fue dispuesto desde que anduve en mis modales de niño, tomando mis primeras deferencias siendo perfecto a las manos de mi madre y honrando a mi linaje paterno con la sabiduría de aquellos que se abstienen de enredarse en brindis y codicias y desnudar a la mujer casada que merodeaba mis bondades latientes..... Ahora tu mano sanadora me persina y soy bautizado en los mares de tu calma